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sábado, 8 de septiembre de 2012

Héctor Quiroga: ¿un escritor gafe o algo mas?




Horacio Quiroga, imagen de juventud
Según la definición de gafe: “se aplica a la persona que trae mala suerte o desgracia con su presencia”, pero siempre es la víctima de la mala suerte o desgracia otra persona, no el propio gafe que permanece ajeno. Sin embargo, la mala suerte también la sufrió el propio Quiroga en su persona de forma evidente,
La vida de Horacio Quiroga parece la de un gafe en cuanto a los numerosos sucesos dramáticos que presenció a lo largo de su vida y que sufrieron personas de su entorno más próximo, como si los hechos luctuosos siempre tuvieran como testigo mucho a Horacio Quiroga que parecía ser el pararrayos humano que atraía la desgracia, pero recayendo ésta sobre los demás, aunque en muchas ocasiones, también sobre sí mismo.
            Pero es necesario comenzar a narrar las tragedias que rodearon a este escritor que fue un enigma en vida y no en su propia obra
            Nació en Salto( Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. A los dos meses y medio de edad su padre se suicidó, disparándose con la escopeta de caza, delante de su familia, parece ser que a consecuencia de los graves problemas económicos que sufría. Aquí empieza a escribirse el extraño y dramático destino de Quiroga que ya empezaba a vislumbrar tintes siniestros. Su madre volvió a contraer matrimonio y se trasladó la familia en pleno a Montevideo. Sin embargo, la fatalidad ofreció  de nuevo otra tragedia familiar, porque el padrastro del Quiroga, Ascencio Barcos, sufrió una hemorragia cerebral que lo dejó postrado en una silla de ruedas a consecuecia de la parálisis que le dejó como secuela. Por este motivo, sufrió un cuadro depresivo que le llevó a tomar la fatal decisión de suicidarse, lo que hizo cuando Horacio tenía 13 años y estaba presente, viendo como el desdichado se pegaba un tiro, apretando el gatillo con un dedo del pie y con la misma escopeta con la que se suicidó el padre biológico del escritor.
            Todo estas tragedias se fueron sumando a la enfermedad que padecía el escritor desde su infancia porque padecía asma y, además tartamudez, por lo que tenía graves problemas para relacionarse con los demás y poder tener amigos. A los 19 años tuvo su primer amor fallido porque se enamoró de María Esther Jukowsky que fue el primer amor desgraciado de los muchos que tuvo a lo largo de su vida. En esta ocasión, los padres de ella se negaron a que se siguieran viendo.
 Practica deporte con asiduidad y es muy  aficionado a las ciencias, funda la tertulia de "Los tres mosqueteros". Su comienzo en la vida literaria lo hace bajo el apoyo  y  el patrocinio de Leopoldo Lugones. Se traslada a París en 1900 y allí conoce a Antonio Machado y Rubén Darío. Sin embargo su estancia en dicha ciudad no fue más que un cúmulo de desastres como el propio escritor la define, pues pasó hambre, se le acaba el dinero y regresa a Montevideo en un estado lamentable.
Continúan las muertes trágicas a su alrededor, porque el 5 de marzo de 1902, cuando sólo contaba 24 años, mata por accidente, al disparársele un arma que suponía descargada, a su íntimo amigo, el poeta Federico Ferrando con el que había fundado el grupo literario “Consistorio del Gay Saber”. El hecho se produjo en un hotel donde se encontraban ambos, mientras él estaba limpiando un arma con la que su amigo tenía que batirse en duelo al día siguiente. Este terrible suceso le deja un fuerte trauma psicológico. A raíz de este aciago accidente y, después de ser interrogado por la policía, abandona Montevideo y se traslada a Argentina donde vive su hermana María con la que se instala. Su carácter se vuelve cada vez más irritable y comienza a ejercer de fotógrafo, por lo que participa en la expedición de estudio que dirige el escritor Leopoldo Lugones a la región de las antiguas misiones de los jesuitas. En esa zona comienza a conocer la vida de los indígenas y sus muchas penalidades, experiencia que le sirve de inspiración para escribir su libro de relatos más famoso Cuentos de la selva (1918).
Compra terrenos en esa región con los restos de su herencia e intenta plantar algodón en la región de Chaco, lo que constituye un terrible fracaso y queda completamente arruinado pues perdió la fuerte suma para esa época de 6.000 pesos. Regresa a Buenos Aires , después de tan utópica y ruinosa aventura.
Empieza a dar clases en la Escuela Normal Número 8, como profesor de castellano y literatura y allí conoce a la que sería su primera esposa, Ana María Cirés, que tiene trece años menos que él y con la que contrae matrimonio antes de trasladarse, en 1910, a San Ignacio (provincia de Misiones), lugar en el que se empieza a vivir como colono, pero los problemas económicos le persiguen. Desde 1912 a 1915 intenta la aventura como industrial en diversas variantes: tanto en la de fabricación de carbón como en la destilación de zumo de naranja para licores, actividades que vuelven a ser rotundos fracasos. Del matrimonio con Ana María Cirés nacen dos hijos. Eglé y Darío, pero la mala suerte también se abatió sobre la esposa de Quiroga porque, después de una fortísima discusión matrimonial se suicidó, a los seis años de casada, ingiriendo líquido para revelar fotografías, lo que le supuso una terrible agonía de ocho días antes de fallecer. Quiroga, después del trágico final de su esposa, regresa a Buenos Aires y deja sus hijos al cuidado de su suegra.
Empiezan las sospechas sobre su extraña conducta, pues los amigos afirman que nunca habló de su esposa, ni visita su tumba. Comienza una relación con otra jovencísima mujer, Ana María Palacio que tiene sólo 17 años mientras él ya cuenta con 46, y cuya relación termina tormentosamente. Esto le inspira su segunda novela Pasado amor (1929), que también fue otro fracaso más que apuntar a la larga lista pues de esta novela sólo se vendieron 40 ejemplares.
Horacio Quiroga y su segunda esposa.
            Tres años más tarde, conoce a la que sería su segunda esposa, Elena Bravo, que repite el patrón de excesiva juventud pues sólo tenía 18 años y era amiga de su hija Eglé. Los amigos de Quiroga intuyen que este matrimonio también iba a ser un estrepitoso fracas, lo que se convirtió en realidad muy pronto porque su mujer lo abandonó en la selva y se llevó a la única hija del matrimonio Elena, a la que se le conocería como “Pitoca”. Como la desdicha nunca viene sola, en esa época su hermano mayor, Prudencio, murió víctima de un fatal accidente, y un amigo de su juventud, Baltasar Prum, también se suicidó al ser vencido en las elecciones para la Presidencia de Uruguay, en 1933,. Pero esa desgracia no vino sóla, porque a consecuencia de esa trágica muerte, Quiroga perdió el consulado que ostentaba y, con ello, la única vía de sustento que tenía. Quizás este rosario de muertes, tragedia, fracasos y desventuras le confirió una cierta lejanía hacia el drama continuado que vivía y cuando se enteró de la muerte de otro amigo de apellido Payró, se lo comentó a una amigo común de forma lacónica, si manifestar la más mínima emoción: “¿Sabe una cosa? Murió Payró”. No volvió a hablar más de ese asunto.
            En 1936, la desgracia volvió a cebarse en él, porque le diagnostican una hipertrofia de próstata de la que es operado. Pero, poco después, el 18 de febrero de 1937, le comunican que le han descubierto un cáncer gástrico. Y eso ya es la culminación de su propia resignación ante la desgracia: sale del hospital con un permiso, visita a unos amigos y a su hija Eglé para despedirse, entra en una farmacia para comprar cianuro con el que vuelve a su habitación del hospital y, al día siguiente, lo encuentran muerto.
            Todos los que le conocían sabían que, antes o después, terminaría suicidándose. Quiroga repetía una frase de Emerson que resume su filosofía de vida: “Nada hay que el hombre no pueda conseguir; pero tiene que pagarlo”.
            El enigma está en la vida de Horacio Quiroga, no en su obra que está explicada en su duro realismo por la vida llena de muertes, horror, fracasos, desgracias y mala suerte como hay pocas vidas que puedan reunir tantas tragedias. Los gafes dan la mala suerte a los demás, según la creencia popular, pero Quiroga parecía atraer la desdicha y la muerte a quienes lo rodeaban, pero también a sí mismo, como si una extraña maldición lo hubiera acompañado desde su nacimiento hasta su muerte
Horacio Quiroga, imagen de madurez
… y después de ella, porque su hija Eglé se separa de su marido y termina suicidándose también, al año siguiente de morir su padre. Su hijo Darío también se suicida en 1952; pero la lista no termina aquí, porque su amigo y escriror, además de mentor de Quiroga, Leopoldo Lugones, se suicida también el 18 de febrero de 1938, un día antes de cumplirse el primer año de morir Quiroga, en la habitación de hotel en Tigre, localidad cercana a Buenos Aires, decepcionado por el rumbo político que seguía Argentina, mezclando arsénico y whisky. Años más tarde, también se suicidaría el único hijo de Lugones.
            Por si fuera poco la lista de muertes por suicidio, Alfonsina Storni, la escritora argentina, al siguiente de morir Quiroga, amiga y amante de éste, se suicida al enterarse de que tiene un cáncer de mama.
            Termina la lista el sobrino de Quiroga, escritor y académico, Jules A. Claretie, muere al arrojarse a las vías del tren.
            El legado de literario de Quiroga está formado por las siguientes obras: Obras: El crimen de otro (1904), Historia de amor turbio (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Las sacrificadas (1929), Anaconda (1921), El desierto (1924), Los desterrados (1926), Pasado amor (1929), Suelo natal (libro de lectura para niños, en colaboración con Leonard Glusberg) y Más allá (1935).
            Una vida trágica, sin duda, pero que deja la inquietante pregunta sin respuesta: ¿Quién fue, realmente, Horacio Quiroga?



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