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lunes, 9 de diciembre de 2013

Anne Sexton (ciclo escritores suicidas)

Anne Sexton, poetisa norteamericana,
Premio Pulitzer 1967
Introducción:

            Siguiendo con el ciclo de los escritores suicidas, en esta ocasión vamos a tratar de la figura de Anne Sexton, la poetisa norteamericana que fue una de las figuras literarias de la década de los sesenta, y también un ejemplo de quien por no poder soportar sus problemas conyugales, su alcoholismo, su insatisfacción y sus propios demonios interiores, decidió morir un día en el que en el binomio vida/muerte que siempre le había atraído, ganó la partida la muerte.


Anne Sexton

           
            El 1 de abril de 2013 llegó a las librerías el volumen de las obras completas de anne Sexton, con más de 1.000 páginas, editado por la editorial Liento Poesía, y traducidas por José Luís Reina Palazón. Obra imprescindible que nos trae toda la poesía de una mujer que vivió queriendo morir y murió por no haber sabido vivir.

            Pero ¿quién fue Anne Sexton?
            Anne Sexton, poetisa estadounidense,  cuyo verdadero nombre era Anne Gray Harvey, nació en Norton, (Massachusetts) el  9 de noviembre de 1928, en el seno de una familia burguesa, pues su padre era un acomodado fabricante de lanas. La familia vivía siempre en  barrios residenciales de Boston, acordes con su desahogada situación económica.
            La inestabilidad psíquica la acompañó desde el nacimiento de su primera hija, en 1954, -fruto de su matrimonio, celebrado en 1948, con Alfred Muller Sexton II, conocido por el pseudónimo «Kayo»-, debida a la depresión postparto, por lo que inresó en el hospital Westwood Lodge. De su matrimonio nacieron dos hijas: Linda Gray Sexton (1953), que con el transcurso de los años se haría novelista, y Joyce Sexton (1955) y después del nacimiento de su segunda hija, sufrió una segunda recaída depresiva y tuvo que ser nuevamente hospitalizada, mientras sus hijas eran enviadas a vivir con sus abuelos paternos. El día de su cumpleaños de ese mismo año, intentó suicidarse.
            El psiquiatra que la atendía, el doctor Martin Orne,  le recomendó que escribiera poesía por su desbordante imaginación y sensibilidad poética, por lo que se unió al grupo de poetas del taller que dirigía John Holmes en 1957,  al que asistían el grupo que formaban poetas como Maxine Kumin -con quien mantuvo una restrecha amistad hasta el final de sus días y con quien escribió cuatro libros infantiles-, Robert Lowell, George Starbuck y Sylvia Plath.
            A partir de entonces empezó a publicar sus poemas en publicaciones periódicas como las prestigiosas  New Yorker,  Saturday Review o Harper's Magazine.  El poema Heart's Needle (La aguja del corazón), de W.D. Snodgrass,  le sirvió de inspiración para escribir The Double Image (La doble imagen)  que  trata sobre las relaciones entre madre e hija.
            Más tarde empezó a dirigir sus propios talleres de poesía en Boston College, el Oberlin College y la Colgate University.
            Su obra poética destaca por la  visión intimista de la angustia  existencial que revela en ella, porque en sus poemas la condición femenina se muestra como tema central, pero también utilizó el estilo "confesionista", es decir, basado en la propia experiencia vital, con temas tan cotidianos y recurrentes en la vida de cualquier mujer como es el aborto, la menstruación y la experiencia de la drogadición, lo que fue muy criticado en su momento, por salir del convencionalismo social de la época. Pero su poesía no podía reflejar otra cosa que el remolino existencial, la tempestad interior que la sacudía entre los asuntos domésticos, su vocación poética, los deberes maternales, la drogadición que sufría y asumía por su alcoholismo crónico, los problemas conyugales que la llevaron al divorcio, en la década de los 70, y su inestabilidad emocional y nerviosa.
         A pesar de todo ello, fue una poetisa reconocida en su trayectoria, premiada y becada. Llegó a ser profesora titular de la Universidad de Boston -a pesar de haber abandonado los estudios cuando se casó-, Premio Pulitzer, en 1967, por su tercer libro Vida o muerte, y también miembro del Jurado de dicho premio.
            Su estilo intimista, confesional, la alzó a lo más alto de la fama literaria. Su atrativo físico, pues era alta y delgada, de expresivos y grandes ojos azules, su sensualidad innata y magnética que atrapaba a quien estuviera con ella, además del apasionamiento de sus poemas, de los temas tabúes para su época que trataba: el sexo, el cuerpo femenino y sus más recónditos secretos, el erotismo más descarnado y la pasión atormentada de una vida que no encontró la felicidad anhelada, porque su marido acabó abandonándola por otra mujer, lo que la desestabilizó totalmente.
            Se suicidó en Boston, el 4 de octubre de 1974, inhalando monóxido de carbono, encerrada en el garaje de su casa, deprimida y sola, pero protegiendo a sus hijos para que no resultaran dañados por su fatal decisión, le puso punto y final a una existencia marcada por la depresión, a pesar de su deseo de vivir, la pasión por el arte y por la vida, pero con una extrema sensibilidad que le hacía vibrar demasiado intensamente al lado de quienes estuvieron a su lado y no supieron comprenderla ni amarla como necesitaba, lo que queda reflejado en los 18 libros de tipo confesional que escribió antes de morir.
            Fue en 1991 cuando se supo que su psiquiatra durante ocho años, le había dado a un biógrafo todos sus archivos médicos, entre los que se encontraban 300 cintas magnetofónicas grabadas durante sus sesiones terapéuticas con ella. Dicha cesión la aprobó la hija  de Sexton que era su albacea literaria, aunque cuando se hicieron públicas dichas cintas y sus contenidos, se produjo un gran escándalo porque rompía los esquemas de una sociedad pacata como era la estadounidense de aquellos años. En España se publicó en 1996 su obra El asesino y otros poemas.
            Sus restos se hallan en el cementerio-crematorio de Forest Hills a las afuera de Boston, ciudad en la que vivió, sufrió y amó, sintiéndose en todo momento fuera de lugar y una extraña para los demás y para sí misma, por su extrema sensibilidad que le hizo escribir sus propias intimidades que nunca fueron comprendidas ni aceptadas por sus coetáneos, sintiendo el rechazo en los demás, quizás los más próximos, que ella misma sentía hacia una vida que la desbordaba y de ahí  tuvo que vivir en ese equilibrio fatal siempre a caballo entre la dualidad vida/muerte, título de su poemario que le dio fama y el premio Pulitzer, aunque terminó venciéndola la muerte en la lucha que mantuvo en un difícil duelo que siempre supo que tenía perdido de antemano.
           

Anne Sexton, poemas

Anne Sexton, poetisa
De ésas                                                              
He salido al mundo, una bruja poseída, 
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis doce dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.
He encontrado las cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, tallas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para los gusanos y los elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.
He viajado contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que dejábamos atrás,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas. 

Poemas de amor (1969)
Editado por Editorial Linteo. 2009

 A Sylvia Plath

"Oh Sylvia, Sylvia, /
con una caja muerta de cucharas y piedras,
con dos hijos, dos estrellas fugaces
errantes en el pequeño cuarto de juegos
con tu boca en la sábana,
en la viga del techo, en la necia oración,
 ...
 ¡Ladrona!
¿Cómo te arrastraste dentro,
 bajaste arrastrándote sola
al interior de la muerte que yo deseé tanto y durante tanto tiempo,
la muerte que las dos dijimos que estaba superada
la que llevábamos en nuestros pechos flacos,
de la que hablábamos tanto cada vez
que nos metíamos tres martinis de más en Boston,
la muerte que hablaba de psicoanálisis y remedios, 
la muerte que hablaba como novias conspiradoras,
la muerte por la que bebíamos,
¿las razones y luego el acto tranquilo? (...)"
(Fragmento inicial de La muerte de Sylvia, de Anne Sexton. Traducción de Julio Mas Alcaraz)

Balada de la masturbadora solitaria.

El final de la aventura es siempre la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te encuentra ausente. Horrorizo
a aquellos que están cerca. Estoy saciada.
De noche, sola, desposo la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
Ella no está lejos. Ella es mi encuentro.
La sacudo como a una campana. Me reclino
en la enramada donde tú solías montarla.
Me tomaste prestada sobre las sábanas floridas.
De noche, sola, desposo la cama.
Toma, por ejemplo, esta noche amor mío,
en la que todas las parejas juntan
con giros compartidos, debajo, arriba,
el abundante dos en esponja y pluma,
arrodillándose y empujando, cabeza con cabeza.
De noche, sola, desposo la cama.
Salgo de mi cuerpo de esta forma,
un milagro molesto. ¿Podría
exhibir el mercado de los sueños?
Estoy extendida. Me crucifico.
Mi pequeña ciruela fue lo que dijiste.
De noche, sola, desposo la cama.
Entonces vino mi rival del ojo morado.
La mujer de agua, alzándose en la playa,
un piano en la punta de sus dedos, vergüenza
en sus labios y un discurso de flauta.
Y yo era la escoba de las rodillas pegadas.
De noche, sola, desposo la cama.
Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí igual que una piedra.
Te devuelvo tus libros, tu sedal.
El periódico de hoy dice que te has casado.
De noche, sola, desposo la cama.
Chicos y chicas son uno esta noche.
Se desabrochan blusas. Se bajan las braguetas.
Se quitan los zapatos. Apagan la luz.
Las trémulas criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente, bien saciadas.
De noche, sola, desposo la cama.

Palabras
Ten cuidado con las palabras,
incluso con aquellas milagrosas.
Para las milagrosas hacemos lo mejor posible,
a veces se enjambran como insectos
y dejan no una picadura sino un beso.
Pueden ser tan buenas como los dedos.
Pueden ser tan confiables como la roca
sobre la que apoyas tu trasero.
Pero también pueden ser tanto margaritas como moratones.
-
Aún así, estoy enamorada de las palabras.
Son palomas que caen del techo.
Son seis naranjas sagradas posadas en mi regazo.
Son los árboles, las piernas del verano,
y el sol, su apasionado rostro.
-
Aún así, me fallan a menudo.
Tengo tanto de lo que quiero decir,
tantas historias, imágenes, proverbios, etc.
Pero las palabras no son lo suficientemente buenas,
las equivocadas me besan.
A veces vuelo como un águila,
pero con las alas de un gorrión.
-
Pero intento tener cuidado
y de ser suave con ellas.
Las palabras y los huevos deben ser tratados con cuidado.
Una vez rotos,
son cosas imposibles de reparar.


EL PECHO

Ésta es su llave.
Ésta es la llave para todo.
Preciosamente.

Soy peor que los hijos del guardabosque,
picoteando en busca de polvo y pan.
Aquí estoy intentando crear perfume.

Déjame tumbarme en tu alfombra,
en tu colchón de paja –lo que tengas a mano–
porque la niña en mí se está muriendo, muriendo.

No es que sea ganado para ser comida.
No es que sea una especie de calle.
Pero tus manos me encontraron como un arquitecto.

¡Jarra llena de leche! Fue tuya hace unos años
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos bobos en la ciénaga. Pequeñas bagatelas.

Un xilófono quizá, con piel
recubriéndolo todo, torpemente.
Sólo después se volvió algo real.

Después me comparé a estrellas de cine.
Y no estaba a la altura. Algo entre
mis hombros sí lo estaba. Pero nunca suficiente.

Claro, había una pradera,
pero sin ningún joven que cantara la verdad.
Nada con lo que poder distinguir la verdad.

Sabiendo nada de hombres me tumbé junto a mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas grité
¡mi sexo será traspasado!

Ahora soy tu madre, tu hija,
tu novedad –un caracol, un nido–.
Vivo cuando están vivos tus dedos.

Visto seda –cubierta para ser descubierta–
porque es en lo que quiero que tú pienses.
Pero para mi gusto es un tejido demasiado severo.

Así que dime lo que quieras pero recórreme como un escalador
pues aquí está el ojo, aquí la joya,
aquí la excitación que el pezón aprende.

Estoy desequilibrada –pero no estoy loca de nieve–.
Estoy loca en el modo en que las niñas están locas,
con una ofrenda, con una ofrenda…

Ardo del mismo modo que el dinero.

EL TOQUE

Meses permaneció mi mano aislada
en una lata. No había nada allí salvo rejas de metro.
Quizá esté magullada, pensé,
y es por eso que la han encerrado.
Pero cuando miré yacía en silencio.
Se podría medir con esto el tiempo, pensé,
como con un reloj, por sus cinco nudillos
y las finas venas subterráneas.
Allí yacía, como una mujer inconsciente,
alimentada por tubos que no conoce.

La mano se había colapsado,
diminuta paloma salvaje
entrada en reclusión.
Le di la vuelta y la palma era vieja,
con líneas finamente bordadas
y puntadas subiendo por los dedos.
Era gruesa y blanda y ciega en algunos sitios.
Tan solo vulnerable.

Y todo esto es metáfora.
Una mano corriente, sólo que añorando
tocar algo que pueda devolver
el toque.
La perra no lo hará.
Mueve el rabo en la ciénaga mientras busca una rana.
No soy mejor que una lata de comida de perro.
Ella es dueña de su propia hambre.
No lo harán mis hermanas.
Viven en la escuela, salvo para botones
y lágrimas que corren como la limonada.
Mi padre no lo hará.
Él viene con la casa e incluso de noche
habita una máquina que fabricó mi madre
y bien engrasada por su trabajo, su trabajo.

El problema es
que dejé que mis gestos se congelaran.
El problema no estaba
en la cocina ni en los tulipanes,
tan sólo en mi cabeza, mi cabeza.

Después todo fue historia.
Tu mano se encontró la mía.
La vida corrió hasta mis dedos como un coágulo.
Oh, carpintero mío,
ya están reconstruidos esos dedos.
Bailan junto a los tuyos.
Danzan ya en el desván y en Viena.
Mi mano vive sobre toda América.
No podrá detenerla ni la muerte,
la muerte derramando su sangre.
Nada la detendrá, pues es éste el reino
y el juicio final.
Hoy estoy feliz con las sábanas de la vida.
Lavé las sábanas.
Tendí las sábanas y las vi
agitarse y elevarse como gaviotas.
Cuando estuvieron secas las destendí
y hundí mi cabeza en ellas.
Todo el oxígeno de la tierra en ellas.
Todos los pies de todos los bebés del mundo en ellas.
Todos los calzones de todos los ángeles del mundo en ellas.
Todos los besos mañaneros de Filadelfia en ellas.
Todos los juegos de saltar pintados sobre todas las aceras en
ellas.
Todos los caballitos hechos de tela en ellas.
-
Así que esto es la felicidad,
el viajante.
-noviembre 9, 1970

Nadando al desnudo

En el sudoeste de Capri
encontramos una pequeña gruta desconocida
donde no había nadie y
la penetramos completamente
y dejamos que nuestros cuerpos perdieran toda
su soledad.

Todo lo que hay de pez en nosotros
escapó por un minuto.
A los peces reales no les importó.
No perturbamos su vida personal.
Nos deslizamos tranquilamente sobre ellos
y debajo de ellos, soltando
burbujas de aire, pequeños
globos blancos que ascendían
hasta el sol junto al bote
donde el botero italiano dormía
con el sombrero sobre la cara.

Un agua tan clara que se podía
leer un libro a través de ella.
Un agua tan viva y tan densa que se podía
flotar apoyando el codo en ella.
Me tendí allí como en un diván.
Me tendí allí comosi fuera
la Odalisca roja de Matisse.
El agua era mi extraña flor.
Hay que imaginarse una mujer
sin toga ni faja
tendida sobre un sofá profundo
como una tumba.

Las paredes de esa gruta
eran de todos los azules y
dijiste: “¡Mira! Tus ojos son color mar. ¡Mira! Tus ojos
son color cielo”. Y mis ojosse cerraron como si sintieran
una súbita vergüenza.

EL ARTE NEGRO
¡Una mujer cuyos sentimientos escritos son demasiados
arrobamientos y  presagios!
Como si bicicletas, chicos e islas
no fueran demasiado; como si duelos, chismorreos
y vegetales nunca fueran demasiado.
Sus pensamientos son que puede amonestar las estrellas.
Una escritora es esencialmente una espía.
Yo soy esa chica, querido amor.

¡Un hombre cuyos escritos conocen demasiados
hechizos y fetiches ¡
Como si erecciones, convenciones y productos
no fueran demasiados; como si máquinas, galeones
y guerras nunca fueran demasiado.
Con muebles usados fabrica un árbol.
Un escritor es esencialmente un pícaro.
Vos sos ése hombre, querido amor.

Nunca amándonos a nosotros mismos,
aborreciendo aun nuestros zapatos y sombreros,
nos amamos unos a otros, preciosos, preciosos.
Nuestras manos son una luz azul suave.
Nuestros ojos están llenos de confesiones terribles.
 Pero cuando estamos casados
los niños nos dejan disgustados.
Hay demasiada comida y ninguna sobra
para comer en toda la sobrenatural abundancia.

(versión de Raúl Racedo)

Ama de casa
Algunas mujeres se casan con casas.
Es otra especie de piel; tiene un corazón,
una boca, un hígado y movimiento de intestinos.
Las paredes son estables y rosadas.
Mirad cómo se pasa el día hincada de rodillas,
lavándose fielmente.
Los hombres penetran a la fuerza, retrocediendo como Jonás
dentro de sus gordas madres.
Una mujer es su madre.
Eso es lo más importante.


EL ABORTO
Alguien que debió nacer
se perdió.

Cuando la tierra arrugaba su boca
y otro pimpollo soplaba desde su nudo;
cambié mis zapatos y manejé hacia el Sur.

Pasaron las Montañas Azules donde
en la infinitud las jorobas de Pensylvania
como gato crayonado decaen con su verde pelo.

Sus caminos hundiéndose como una tabla de lavar gris;
donde en realidad desde un hueco oscuro las particiones perversas
de la tierra derraman carbón.

Alguien que debió nacer
se perdió.

El césped erizado y fornido como cebolla,
y yo vagando cuando la tierra se quebraba,
y yo vagando como cualquiera de los frágiles sobrevivientes;

allá en Pensylvania conocí a un hombrecito,
no un Rumpelstiltskin (1), en todo, en todo
él tomó la plenitud de este naciente amor.

Retornando al Norte; aun el cielo crecía claro
como una alta ventana mirando a ningún lado.
La carretera era plana como una lamina de estaño.

Alguien que debió nacer
se perdió.

Sí mujer, esta lógica será la guía
para perdernos sin morir. O decí
lo que querés decir,
cobarde...esta nena que soy sangra

 (1)personaje de los hermanos Grimm
(versión de Raúl Racedo)

DESEANDO MORIR

Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.
Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.
Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.
En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.
De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.
No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.
Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.

EL ASESINO

La muerte correcta está escrita.
Colmaré la necesidad.
Mi arco está tenso.
Mi arco está listo.
Soy la bala y el garfio.
Estoy armada y lista
Desde mi mira, lo tallo
como un escultor. Moldeo
su última mirada a todos.
Cambio sus ojos y su cráneo
constantemente de posición.
Conozco su sexo de macho
y lo recorro con mi dedo índice.
Su boca y su ano son uno.
Estoy en el centro de la sensación.
Un tren subterráneo
viaja a través de mi ballesta.
Tengo un cerrojo de sangre
y lo he hecho mío.
Con este hombre tomo en mis manos
su destino y con este revólver
tomo en mis manos el periódico y
con mi ardor tomaré posesión de él.
Se inclinará ante mí
y sus venas saldrán en desorden
como niños… Dame
su bandera y sus ojos.
Dame su duro caparazón y su labio.
Él es mi mal y mi manzana y
lo acompañaré a casa.

CERDO

Oh tú máquina de tocino marrón,
cuán dulcemente yaces,
engordando una libra y media por día,
tú, par de calcetines enrollados,
tú, pesadilla de perro,
tú, con el hocico aplastado
pero las orejas extendidas,
tus ojos blandos como huevos,
cerdo, grande como un cañón,
cuán dulcemente yaces.
Por la noche estoy tendida en mi cama
en el armario de mi mente
y cuento cerdos en un corral,
marrones, moteados, blancos, rosados, negros,
avanzan por la lanzadera hacia la muerte
del mismo modo en que mi mente avanza
buscando su propia pequeña muerte.

LOS BOMBARDEROS

Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores
La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado
y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.
¿Dónde están tus méritos,
América?

EL BESO

Mi boca florece como una herida.
He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!

Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.
Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo a nudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!

Una vez fue un bote, bastante madera
y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.

Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.

LA MUSICA SE DESLIZA HACIA MI

Espere señor. ¿Para qué lado queda casa?
Ellos apagaron la luz
Y la sombra se mueve en la esquina.
No hay señales en este cuarto,
Cuatro mujeres, de más de ochenta,
Cada una con pañales.
La la la, oh… la música se desliza hacia mí,
Y puedo sentir la melodía que tocaban
La noche en que me dejaron
En este instituto privado sobre la colina.

Imagínenlo. Una radio sonando
Y todos aquí estaban locos.
Me gustó y bailé en un círculo.
La música se derrama sobre la razón
Y, de una manera divertida
La música ve más que yo.
Quiero decir que se acuerda mejor;
Recuerda la primer noche aquí.
Estaba el sofocante frío de Noviembre,
Hasta las estrellas estaban adheridas al cielo
Y esa luna demasiado brillante,
Pasando a través de los barrotes para pegarme
Con un canto en la cabeza.
He olvidado todo el resto.

Me atan a esta silla a las 8 A.M.
Y no hay señales que indiquen el camino,
Sólo la radio, sonando para ella misma
Y la canción que recuerda
Más que yo. Oh, la la la
Esta música se desliza hacia mí.
La noche en que llegué bailé en un círculo
Y no tuve miedo.
¿Señor?
Traducción de Griselda García
La verdad que los muertos conocen
Para mi madre, nacida en marzo de 1902, muerta en marzo
de 1959, y para mi padre, nacido en febrero de 1900,
muerto en junio de 1959.

Se acabó, digo, y me alejo de la iglesia,
rehusando la rígida procesión hacia la sepultura,
dejando a los muertos viajar solos en el coche fúnebre.
Es junio. Estoy cansada de ser valiente.
Conducimos hasta el Cabo. Crezco
por donde el sol se derrama desde el cielo,
por donde el mar se mece como una cancela
y nos emocionamos. Es en otro país donde muere la gente.
Querido, el viento se desploma como piedras
desde la bondadosa agua y cuando nos tocamos
nos penetramos por completo. Nadie está solo.
Los hombres matan por ello, o por cosas así.
¿Y qué ocurre con los muertos? Yacen sin zapatos
en sus barcas de piedra. Son más parecidos a la piedra
de lo que lo sería el mar si se detuviera. Rehusan
ser bendecidos, garganta, ojo y nudillo.

Bondadoso señor, este bosque
Bondadoso señor: le voy a contar un juego antiguo
que jugábamos a los ocho y a los diez.
A veces, en La Isla, al sur de Maine,
a finales de agosto, cuando desde alta mar
llegaba la niebla fría, el bosque entre Dingley Dell
y la cabaña del abuelo se ponía blanco, raro.
Era como si cada pino fuera un poste desconocido;
como si el día se convirtiera en noche y los murciélagos
volaran hacia el sol. Nos divertía
dar una vuelta y, ¡ya!, saber que estabas perdida;
saber que el cuerno del cuervo sonaba en la oscuridad,
saber que nunca llegaría la cena,
que el alarido maldito de la lejana sirena decía
tu tata se ha marchado para siempre. Oh, señorita,
la barca ha volcado. Y entonces estabas muerta.
Gira una vez, los ojos apretados, pensando en eso.
Bondadoso señor: perdida y de su misma naturaleza,
he dado dos vueltas, con los ojos bien cerrados,
y los bosques estaban blancos y mi mente nocturna
vio cosas tan raras... innombradas, irreales.
Y al abrirlos, me da miedo mirar
(con esta mirada interior mía que tanto desprecia la sociedad).
Aun así, busco en estos bosques y no encuentro nada peor
que mi imagen, atrapada entre la uvas y las zarzas.
Poema de Anne Sexton traducido por michelle para Mujer Palabra (2002/2006)

Cigarrillos, Whiskey y Mujeres Salvajes
-(de una canción)
-Quizá nací de rodillas,
Nací tosiendo en el largo invierno,
Nací esperando el beso de la misericordia,
Nací con una pasión por la rapidez
Y aún así, al ir progresando las cosas,
Aprendí temprano sobre la estocada
O sacarla, el vapor del enema.
A los dos o tres aprendí a no arrodillarme,
A no esperar, a plantar mis fuegos bajo tierra
Donde a nadie más que las muñecas, perfectas y terribles,
Se puede susurrar y dejar morir.
-
Ahora que he escrito tantas palabras,
Y dejado tantos amores, para tantos,
Y he sido completamente lo que siempre fui –
Una mujer de excesos, de celos y codicia,
El esfuerzo me parece inútil.
¿Acaso no me miro al espejo,
Estos días,
Y veo una rata borracha voltear la vista?
¿Acaso no siento un hambre tan aguda
Que preferiría morir antes
Que mirarla a la cara?
Me arrodillo nuevamente,
En caso de que la misericordia llegue
En el último minuto.


viernes, 1 de febrero de 2013

Escritores suicidas. Emilio Salgari

por Ana Alejandre


Emilio Salgari
            Continuamos con el ciclo de escritores que se han suicidado que se inició con Horacio Quiroga, quienes a pesar de la fama, el éxito conseguido en su trayectoria literaria, eligieron voluntariamente despedirse de este mundo de diversas formas, acosados por la desgracia personal o familiar, las deudas, las adicciones o los conflictos sentimentales. Los hay, también, que el motivo para suicidarse fue que la vida había perdido sentido, acorralados por el hastío existencial y la falta de estímulos para seguir viviendo.
            Continuamos con Emilio Salgari, el escritor mundialmente conocido, autor de innumerables novelas de aventuras, que decidió poner fin a su vida acosado por la ruina económica y la desgracia familiar.

Emilo Salgari, un escritor que se hizo el harakiri

            El suicidio de un famoso diseñador de trajes de novia español, sumido en una profunda depresión,  apuñalándose en el vientre hasta morir, trae a la memoria a escritores que han utilizado el harakiri (en japonés significa "abrirse el vientre"), es una forma japonesa de suicidio ritual basado en el destripamiento, cuyo origen feudal estaba reservada a los nobles guerreros o samurais para evitar el deshonor causado al ser capturados por el enemigo. Después, se convirtió  en una forma indirecta de ejecución, por la que cualquier noble que hubiera recibido un mensaje del micado (o mikado, nombre  tradicional dado al Emperador) en el que se le comunicaba que debía morir por el bien del Imperio, se hacía el harakiri. Más tarde, fue practicado dicho método por suicidas de todas las clases sociales.
            Emilio Salgari  (1862-1911) es el triste ejemplo de un hombre vencido por la desdicha, a pesar de su extensa obra literaria, pues es autor de 82 novelas de las que se tiene certeza de su autoría, aunque pueden ser más y se supone que escribió más de 200 obras.
            Entre 1881 y 1883 no se sabe nada de él, pero este lapso de tiempo del que se desconoce su quehacer, le sirvió de pretexto para escribir sus innumerables novelas de aventura, en las que quería imprimir un tono casi autobiográfico, aunque la verdad es que sus narraciones son fruto de una constante e intensa labor de biblioteca.
            Empezó a ser conocido cuando publicó, con gran éxito de público, las 150 entregas de El Tigre de Malasia, publicadas en La Nuova Arena, en formato libro, con el título de Los Tigres de Mampracem que es su obra más famosa. Es autor también de obras tan  conocidas y dirigidas a un público juvenil como Sandokán, El Corsario Negro  y  El León de Damasco, entre otras muchas que han gozado de enorme popularidad. Sus mejores obras están agrupadas en ciclos como los de los corsarios, los de la jungla o los  del Oeste americano y los personajes creador por Salgari son muy populares porque muchas de sus obras han sido llevadas al cine con gran acogida por el público.
            Sin embargo, toda su fama y popularidad no fueron acompañadas de una vida afortunada y, como el escritor Horacio Quiroga, su vida se vio envuelta en continuos problemas de índole económica y familiar.
Aida Peruzzi, esposa de Salgari
            Su precaria situación económica y la enfermedad de su esposa, Aida Peruzzi, que fue ingresada en un sanatorio mental, el de Collegno, cerca de Turin, en 1911, abatida por los continuos problemas económicos que sufría la familia compuesta por el escritor, su mujer y sus cuatro hijos. El  internamiento  de su esposa se produjo seis días antes de que Emilio Salgari decidiera poner fin a su vida con el método del harakiri, completamente sumido en una profunda depresión a causa de la enfermedad de su mujer, los problemas económicos que  sufría desde hacía un tiempo y la responsabilidad de  cuidar a sus cuatro hijos  solo, sin la ayuda de su esposa. También influyó en su decisión su propio carácter vitalista, soñador y apasionado, la sensación claustrofóbica de hallarse prisionero de las penosas circunstancias que le rodeaban y la imposibilidad de volver a vivir con la intensidad de años atrás.
            La víspera de su suicidio describe su lamentable estado anímico, su angustia, en el libro que escribía Mis memorias y describe el tormento psicológico y anímico en el que se ha sumido después del internamiento de su mujer.
            Al día siguiente, de madrugada, se dirige hacia los alrededores de Turín que conocía bien y su familia, y se hace el harakiri con un cuchillo que pudiera ser un kris malayo, además de cortarse el cuello, y queda allí, esperando así la muerte que le llega al desangrarse, cuando sólo tenía 47 años.
            Deja dos cartas, una dirigida a su editor y otra a sus hijos. En la primera describe el motivo que le ha llevado hasta esa terrible decisión:
            "Vencido por mis desdichas, reducido a la miseria a pesar del enorme volumen de mi trabajo, con la mujer loca en el hospital, sin poder pagar su pensión, me suprimo. Creo que con mi nombre me merecía otra fortuna y otra muerte".
            A sus hijos les pide que soliciten que lo entierren de caridad por estar completamente arruinado. La herencia que les deja no sólo es la completa ruina económica, la soledad desamparada, sino el mal ejemplo de su propia muerte, lo que algunos de sus hijos harían años más tarde, siguiendo la trayectoria suicida del padre, y otros morirían por la fatalidad que acompañaba desde siempre a la familia.
Retrato de familia
            Su mujer fallece pocos días después de la muerte de Salgari. El destino fatal de sus cuatro hijos con nombres de protagonistas literarios, también se cumple: Nadir, el hijo mayor, muere en un accidente de tráfico cuando se estrella su motocicleta contra un tranvía. Fátima, la única hija, muere víctima de la tuberculosis en un hospital, cuando era muy joven. Romeo, otro de sus hijos, dispara contra su mujer, en un ataque de celos, y después se suicidó. Omar, el más pequeño, que siguió sus pasos literarios y escribió más de 40 obras inspiradas en escenarios y personajes de su padre, se suicida arrojándose desde la ventana de su piso de Turin.
            Una vez más, el destino de un hombre como Salgari que conoció la fama, el éxito y el amor, se vio finalmente truncado por la ruina y la desgracia familiar, dejando tras de sí un triste legado de dolor, depresión y miseria que recibieron sus hijos, y que éstos cumplieron, poco después de su muerte, de forma inexorable, como si todos los miembros de su familia hubieran estado marcados por un aciago destino.

Bibliografía de Emilio Salgari


Emilio Salgari
Aventuras  en África
Atlas ( 1907 )

Aventuras en Rusia 

Otras novelas y cuentos
Dos mil leguas de América (1888) (también conocido como: El tesoro misterioso ).
Las novelas de Tar Máster marinera (1894) (también conocido como: El buque maldito ) (volumen de cuentos)
El Polo Sur en velocípedo (1895)
En la tierra del hielo (1896) (Incluye dos historias: Los sobrevivientes de Spitzbergen"y "Los selladores de Baffin Bay)
El naufragio de Oregón (1896)
La rosa-Dong Giang (1897) (también conocida como: Tay-See )
Las cuevas de diamantes (1899) ( inspirada en la novela "Las minas del rey Salomón" de Henry R. Haggard)
Las aventuras de un marinero en África (1899) (Título primero: "Extraordinarias aventuras de un marinero en África")
La Estrella del Norte y su gran aventura (1901) ( también conocida como Hacia el Ártico con la estrella del norte )
Las masacres de China (1901) (también conocida como: El sótano de la muerte )
La montaña de oro (1901) (también conocido como: La rueda del tren )
Sea perlas (1903)
La heroína de Port Arthur (1904) (también conocido como: El Naufragatrice )
La Bohème (1909)
Historia roja (1910) (El libro, contiene 15 capítulos tomados de las novelas de Salgari,  muchos de ellos  publicados por la editorial Bemporad de Florencia)